Lucy Kellaway

¿Dónde están los cincuentones desaparecidos de las oficinas?

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Por: Lucy Kellaway | Publicado: Lunes 6 de junio de 2016 a las 04:00 hrs.
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El otro día di una charla a un grupo de banqueros. Hice lo que siempre hago cuando estoy en frente de una audiencia de empresarios: calcular cuántos hombres hay por cada mujer en el público. Si son abogados jóvenes de la City de Londres, las cifras son más o menos iguales, pero cuando se trata de banqueros y asesores financieros de más edad la proporción puede ser de 20 a una.

Aquella tarde la proporción era algo mejor a lo habitual, como 4:1. Pero al mirar a mi alrededor se me ocurrió que no estaba evaluando el tema correcto. La minoría más pequeña no eran las mujeres. Ni siquiera eran las minorías étnicas. Eran las personas de más de 50 años.

De 200 banqueros sólo pude ver a uno que parecía de mi edad y era el director ejecutivo. Al caminar de regreso por la City me fijé en la gente que iba a casa: un mar de trabajadores de veinte, treinta y cuarenta años. Sólo ocasionalmente pude detectar a un contemporáneo, pasando cabizbajo. Me emocioné por un instante cuando vi a dos personas que parecían tener cerca de 60 años, pero al mirar más de cerca sus abrigos brillantes y maletas con ruedas supe que eran turistas.

Puede que la desaparición de los cincuentones de las oficinas de Londres no sea nueva, pero yo he tardado en notarlo. Eso quizás se deba a que todavía es posible tener más de 55 años y ser periodista de Financial Times sin sentirse demasiado estrafalario. Es difícil sentirse muy expuesto cuando el mejor columnista de FT tiene diez años más que yo.

Lo mismo no es cierto en otros sectores de nuestro negocio. La semana pasada hubo una alarma de incendio en la oficina y me fijé en la serpiente humana de los departamentos comerciales que descendía por las escaleras. El número de personas de mi edad: cero.

Un par de colegas de cincuenta años me aseguran que son las personas de más edad en los trenes que viajan a la City cada mañana desde St. Albans y Muswell Hill.

Un amigo que está por cumplir 50 años en una gran empresa de productos de consumo se mantiene callado sobre su edad y espera que nadie se dé cuenta. Cuando fue contratado hace 20 años había muchas personas cerca de los 60, a menudo con un asistente de su misma edad o mayor. Ahora ya no hay asistentes y los administradores se retiran cuando cumplen 40, después de recibir un jugoso cheque.

Los pocos que se aferran a los trabajos corporativos caen en dos campos diminutos: los de más alto nivel, que son jefes ejecutivos o esperan serlo; y los de nivel más bajo, que han logrado hacerse invisibles y evitar las purgas por redundancia.

La eliminación de la vasta montaña de cincuentones de las oficinas de Londres contradice lo que se supone que está sucediendo: que las personas están trabajando más años, no sólo hasta la edad normal de jubilación sino más allá. En los últimos diez años, según las estadísticas, el número de personas en Reino Unido que trabajan más allá de los 64 años se ha duplicado.

Si los banqueros, los abogados y los contadores son una excepción, no es ni misterioso ni preocupante. Antes de los cincuenta han ganado tanto dinero que no necesitan más, y después de 25 años de trabajar a todas horas en ambientes disfuncionales están hartos. No son víctimas de discriminación por edad sino un producto de cómo funciona el sistema. Han hecho lo más difícil y ahora pueden dedicarse a algo más agradable; o no hacer nada, o un poco de asesoría, o una nueva vida en el diseño de jardines.

Pero para los de nivel inferior, esto es totalmente desconcertante. ¿Dónde están los cincuentones que antes desempeñaban los trabajos corporativos normales en recursos humanos, o marketing? ¿Quién los emplea? ¿Recibieron una buena compensación, suficiente para sobrevivir haciendo un poco extra de esto y lo otro?

Hagan lo que hagan, el patrón está a punto de dar marcha atrás, por razones que todos conocemos: las pensiones son peores y la salud es mejor. Si vivimos hasta los 100 años y tenemos que trabajar hasta los 75 para sobrevivir, las grandes empresas tendrán que comenzar a aceptarnos de nuevo. Los cincuentones y sesentones se aferrarán a su trabajo como a su propia vida; o si lo pierden, saldrán a buscar otro, posiblemente por un sueldo más bajo, así que las empresas no tendrán más pretextos para no contratarlos. Dentro de poco, los departamentos de recursos humanos se estarán riendo del lío que han armado sobre el problema para satisfacer a la mimada generación del milenio.

¿Motivar a los cincuentones hartos de las tonterías corporativas, pero que todavía tienen que seguir en la faena por quince años más?

Esa será la tarea administrativa más difícil hasta ahora.

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